Saturday, October 22, 2005

La historia sin fin

La historia sin fin: terreno de la utopía

por Marcelo Quiroga: manara39@gmail.com

La otra noticia: EL AMOR

“Quien no conoce nada, no ama nada. Quien no puede hacer nada, no comprende nada. Quien nada comprende, nada vale. Pero quien comprende también ama, observa, ve... Cuanto mayor es el conocimiento inherente a una cosa, más grande es el amor”
Paracelso

A diario, los medios masivos de comunicación nos informan sobre una realidad bastante dura. Encendemos el televisor y nuestros ojos, atónitos, contemplan el espectáculo dantesco de una embajada borrada de la faz de la Tierra. Un camarógrafo desprevenido nos acerca una imagen de pesadilla que se asemeja a un hongo atómico: las torres gemelas vuelan por los aires. No tenemos tiempo de recuperarnos de la sorpresa y el estupor cuando una andanada de imágenes cruentas bombardea nuestras retinas. En medio de los escombros, de los ayes de dolor, de los móviles policiales y los bomberos, está enterrada nuestra capacidad de asombro, herida de muerte... ultimada por una realidad que no da tregua, convirtiendo la tragedia en un hecho cotidiano. A esta crónica de la vida real podríamos agregar una serie interminable de accidentes automovilísticos, inundaciones, reclamos populares, demagogia política, crímenes... y sigue la lista. Es en ese preciso momento que percibimos a nuestro planeta como una bomba a punto de estallar, con nosotros encima. Entonces, tratamos de parar la pelota, de dominar la alocada velocidad del acontecer mundano y no lo conseguimos. La efímera evasión a la que tratamos de aferrarnos se esfuma, tarde o temprano: nuestros proyectos de trabajo, creación o diversión se agotan, poco a poco; la realidad, única, ineludible, por momentos, tirana, sale a nuestro paso y nos atrapa otra vez.
Para quienes nos sentimos ciudadanos del mundo, miembros de la especie humana, sin distinción de razas, credos o nacionalidades, este escapismo tiene poca vida. Debemos enfrentar la realidad tal como es: ni negra ni rosa, ni un valle de lágrimas, ni un paraíso mítico. Cuando tomamos conciencia de nuestro entorno global, en toda su complejidad discepoliana y, por lo tanto, contradictoria, polémica, cruel, pero también alegre, sensual, maravillosamente seductora, percibimos un mundo distinto: pleno de afectos, amores y vivencias irrepetibles. Son esos hechos que siempre pasamos por alto pero que tienen una importancia muy grande: un amigo que nos tiende su mano solidaria en el momento oportuno; el cariño de nuestra madre que nos hace sentir siempre hiperqueridos; el amor de nuestra novia o compañera; un mate compartido entre amigos; la calidez de las sábanas luego de una noche de amor apasionado. Podríamos hacer una larga enumeración de situaciones cotidianas que no son noticia pero que llenan de sentido nuestras atribuladas vidas. Esas ‘pequeñas grandes cosas’ nos permiten levantarnos con fe y esperanza en el nuevo día, dando una trascendencia particular a nuestras existencias fugitivas. Esas cosas que uno quiere, no son parte de la primera plana de los diarios o de los titulares de radio o TV pero conforman la mejor cara de la realidad, la otra noticia: EL AMOR.
Este no pretende ser un alegato cursi acerca del amor. Ese sentimiento tan manoseado por escritorzuelos y cineastas de mala muerte debe ser reivindicado, puesto que es la esencia de nuestra condición humana. Sin amor, la Humanidad no existiría un segundo más, se convertiría en una burda caricatura, en una multitud de máquinas biológicas impulsadas por el egoísmo, la ambición y la avidez de consumo. Muchos creen que somos esa caricatura porque se dejan llevar por una avalancha informativa y publicitaria que les da una versión distorsionada de la realidad. Sin dudas, el consumismo ha experimentado un salto impresionante en las últimas décadas; asimismo, miles de personas creen que viven en una jungla donde sólo triunfa el más fuerte; esa competencia malsana que está tan difundida aumenta el individualismo rompiendo los lazos de amor entre las personas. Sin embargo, esos datos reales no nos deben llevar a un análisis erróneo: el AMOR con mayúsculas, desgraciadamente, no es pan de todos los días pero tampoco es un hecho marginal en la sociedad actual. La labor silenciosa pero fructífera de gente como la madre Teresa de Calcuta, asociaciones ecológicas internacionales, entidades de bien público y personas anónimas forman una gigantesca corriente de AMOR que mantiene viva a nuestra especie.
Actualmente es común oír que el hombre moderno es agresivo por instinto. A esta conclusión simplista llegan aquellos que sólo ven el mundo de una manera parcial. El pensador Ashley Montagu, en su libro ‘La naturaleza de la agresividad humana’, desbarata la teoría de que el comportamiento agresivo del hombre es instintivo. Manifiesta que “no hay en parte alguna prueba de ninguna clase de que los seres humanos tengan verdadero instinto” y sostiene que el comportamiento agresivo “como todo comportamiento profundamente humano” es aprendido. Dice, además, que “el instinto constituye un tipo de inteligencia recurrente que otras criaturas poseen y que los hace mantenerse siempre en el mismo lugar de la escala biológica”. “Pero no es eficaz en el versátil entorno humano: ésta es la razón por la que los humanos no tenemos instinto de ninguna clase”. “La especialidad del hombre es ser no especializado, capaz de adaptarse a lo imprevisto, maleable y flexible”. El autor afirma que el hombre primitivo poseía el mínimo de instinto guerrero y subraya que los hombres han nacido para cooperar entre sí, jugar, amar y disfrutar de la vida en total libertad.
Quien se sienta plenamente humano adherirá a las palabras de Montagu: hemos nacido para ser felices en este bello mundo que habitamos. Para serlo por completo debemos combatir, desde lo más profundo de nuestro ser, todo sentimiento mezquino, individualista y ególatra que impida la maravilla de ser y recibir amor. Pero esta lucha debe ser también de carácter social ya que no somos islas dispersas en un inmenso archipiélago de egoísmo. La falta de solidaridad a nivel mundial permite el avance de aquellos que perdieron su condición humana. Esta gente aprovecha el individualismo para forjar sus proyectos ruines sin reparar en vidas humanas para alcanzar sus objetivos. Esos seres alienados viven para planificar y realizar guerras; destruyen la naturaleza poniendo en peligro la existencia de la vida en la Tierra, por todo ello debemos detenerlos. La HUMANIDAD debe unirse en una cruzada universal y eterna para salvar nuestro planeta y reconstruir con AMOR todo lo destruido. Sólo el AMOR salvará al mundo del desastre, de lo contrario, nuestra especie tendrá sus días contados.

Marcelo Quiroga